RECUERDO DE HERNANDO por Julio Nelson

guerrileros por HNC, gouache 1966

Conocí a Hernando en el verano de 1965, en casa de Toño Cisneros, y con el tiempo se convertiría en el mejor amigo que tuve en esta vida. Aquella noche en casa de Toño bebimos y conversamos largo. Lo que me llamó más la atención de él fue su conversación reflexiva, conceptuosa, exenta de toda frivolidad. La gravedad y el rigor eran los rasgos esenciales de su espíritu. Recuerdo que por aquel tiempo había sido reestrenada "Zorba el griego". Como la primera vez, fue recibida con beneplácito por la mayoría y con condescendencia por los más severos; pero Hernando contestó tranquilamente "Yo soy antizorbiano", cuando le pidieron su opinión sobre el dionisíaco personaje de Nikos Kazantzakis.
Había estudiado Antropología y cursado unos años de pintura en Bellas Artes. Y tenido como profesor de Antropología a José María Arguedas; juntos habían llevado a cabo una investigación sobre mitos andinos en la sierra Sur. En ese trabajo, Hernando, que hablaba perfectamente el quechua, recogió el mito de Inkarri, según el cual el cuerpo desmembrado del Inka se reintegra y crece, subrepticiamente, en la Casa de Pizarro. Sabía que los mitos son sueños colectivos de los pueblos y por eso los que recogió en aquella experiencia con Arguedas lo impactaron profundamente. Lo cual, ligado a su identificación con el pensamiento de Mariátegui, lo llevaron a creer de todo corazón que solamente el socialismo redimiría a la cordillera de los Andes..
El post grado que cursó en La Sorbona afiló su convicción. Y escribió ensayos sobre el mundo de los Andes. Pero, como ocurre con algunos talentos, era reacio a la edición y la publicidad. Nadie conoce la suerte de aquellos trabajos. Viajamos a la Embajada cubana en París, en agosto de 1967, y recorrimos, asombrados, la isla. Cooperativas agrarias, escuelas, fábricas, hospitales, etc. Y el sugestivo paisaje tropical. Hernando había llevado sus acuarelas y colores de pastel y pintó mucho. A su retorno a París lo regaló todo entre los estudiantes latinoamericanos y franceses. Creo que se quedó sin ninguno de sus bellos trabajos.
Pero Hernando, vasto como un renancentista, también escribía poesía. En la infinita biblioteca de su padre había conocido la poesía universal, pero particularmente la inglesa y norteamericana; sobre todo los versos de W.B. Yeats y T. S. Eliot. Felizmente la familia pudo retener una parte de su producción poética. Y hela aquí presentada por su hermano Rodrigo. La poesía de Hernando ostenta unas características que es preciso destacar. No es brillante, sino enjundiosa como la de Yeats. Y como la de Eliot, está confeccionada en el lenguaje cotidiano para trasmitirnos con arte sutil ideas profundas. Y da una clara visión de uno de los éspíritus más importantes de la generación del 60, fallecido antes de cumplir los 40 años.