Este es el principio
de una marcha hacia el amanecer,
y de un poema
cuya luz creciente
cuyo árbol de palabras
me acompaña sin yo añadirle nada:
cuaderno imborrable bajo mi rostro
aún oscuro.
Las palabras refieren claramente
con idioma distinto, los comienzos
del cambio que vendrá
a abrir los nuevos surcos, los ojos
de los muertos, los caminos del campo
que entrarán en la ciudad.
Confiando en que los hombres
vivirán por ellos; caminos de los campos,
de corazón a corazón, avanzo
avanzo nunca retrocedo
mientras trato de hallar
la región adecuada y la luz exacta
en donde fundaré mi emoción y mis pasos,
y mi futura morada.
Es sabido que las frases mueren
y que puede un oráculo callar,
y es también sabido
que los hombres olvidan sin quererlo
y que han de morir y callarán;
Ello ocurre porque “es común”
y porque “es necesario huir”
o porque “pasó ya nuestro momento”.
Mas ese fue otro tiempo, ahora hablamos
en la sangre
de los hombres que un día penetraron en la selva
con una fuente de vigor común,
entre enredaderas, a riesgo
de ser fusilados de incógnito.
Ellos nacieron
por su propia voluntad
(y aún habiéndoseles hecho difícil)
y tal es el principio
de este canto: (yo recuerdo
cuando, bajando de los meses
recorría mi futuro: yo estaba
con ellos, y observaba
entre una luz tan verde
que daba miedo huir,
y si los apresaban
todo en ellos sería desconocido (aunque
como acostumbran
les interrogaran las vísceras). Y es
que desde hace años
se prepara en esperanza
esa estación permanente
para el hombre y por el hombre
nacida en tanto dolor
(¡Ha terminado el llanto
que empezó a correr aquellos días
dentro de la casa
y el silencio y el sudario
que ahora exprimiremos
cada noche). ¡Oh pueblo,
nuestro poder antiguo
nuestra invencible raíz alimentada por los ríos
alimentando nuestro amor que nunca calló
nos salvarán! ¡No pueden vencernos,
estoy tan vivo que no tengo sombra!
¡He manchado mi camisa con una
luz inviolable!
Un guerrillero (hablando fieramente)
peleó solo, en plena noche.
Lo cegaron con cuchillos
y no advirtió sus heridas, “Ya murió”
escuchaba entre gritos,
y su experiencia
tan grande en el dolor,
su soledad con árboles
lo salvaron de morir.
Ya desde el alba
anduvo fatigado por la selva,
y se le vio como imagen de otro
y asimismo
se le vio en Púcuta
robándole el calor al grande pasto.
Del humo de la hierba o el tabaco
tomó aliento, y de su enorme corazón.
“No queremos luchar para morir
y no queremos matar si nos escuchan; oíd,
hace tiempo que mi padre murió
calcinado, atragantado con su dolor y su coca
y hace tantos meses que no pruebo
más que desperdicios
que mi sangre ha enceguecido. Tal vez
yo sea ya otra cosa”.
En medio de los árboles y bajo otro cielo
más claro, hijo de su propio corazón,
nuestro hermano labora:
Fue difícil cosechar en medio
de los golpes: sus semillas
son ahora balas.
“Hemos aprendido a armar
nuestros brazos con semillas, con la hoz
con el maíz desenvainado.
Como antes, las armas han sido
las más nobles. Queríamos hacer del suelo
un amigo, y del agua
una madre de plata. Y era hermoso
entrar en la yunga acompañados por aves
y serpientes, y escuchar en la cascada
una voz nuestra. Así,
nos hemos unido todos, y si alguien
nos busca con odio, no nos hallará:
habrá de pelear antes contra duros árboles
y crótalos, y con las flores de afiliados
pétalos. Nuestro mundo no conoce muertos
y nos cuida su gran sueño.
¡Ha resonado el caracol, nos ha nacido
un tiempo de raíces nuevas, y unos pies
para inundar los caminos!
y aún añadiremos, ¡nuestro cuerpo
es inmenso y apacible, somos hombres!
Este es el principio
de la marcha nacida
del pueblo que nos hizo, que nos dio
las semillas, los cereales desde niños
y fuego para el frío, porque
el pueblo es inmortal y de él nacieron
las palabras más hermosas
y los términos que nos persuaden
de la noble tarea que nos toca:
liberar con nuevas armas
al siervo; al muerto que viviere
a la mujer que da a luz
en su rincón nocturno, a ella
y a todas las que no saben si sobrevivirán
y ellos no es todo, lo sabemos desde niños.
Todo empieza allí, cuando
a la edad de cinco años se tiene
un gran corazón.
Y en recuerdo de las madres lejanas
que nos enviaban refrescados ríos
y canastillas de papas, y si alguna vez
las fuimos a conocer nos dieron desde un lecho
hasta un sueño, pues “así son los pueblos
oprimidos de la tierra”, y sin saberlo
aquellas que estoy llamando madres
nos amamantaron en los momentos de sequía
¡cuántas habrán muerto por nosotros,
y cuántas nos habrán reclamado!
Nuestro origen es común, uno ha nacido
tantas horas antes, tanto tiempo
ha esperado nacer,
y fue una turbia oscuridad
salimos a una luz principal donde
las rocas cristalinas y las nuevas aguas
nos guiaron a los valles auténticos,
donde desyerbamos antes de la siembra,
y nos agradecimos antes de mingar;
llamamos valles a aquellos que suben
con su yedra por las paredes
de los cerros, hasta las cumbres, a costa
de un trabajo prolongado, de siglos
de sudor y ñaqariy, por lo que todos los valles
son sagrados.
Allí los hombres se acuerdan de su origen,
allí la tierra, al principio del año
sus entrañas nos fueron conocidas, y las plantas
más hondas pertenecen
a nuestra familia. Todo nace del pueblo,
todo crece como una canción permanente
de sus valles. No volveré
a las cuevas del silencio.
No regaré mi saliva desesperando.
Porque el camino de la luz es uno
y ha de ser para todos, y porque en la ardua lucha
no pierda nuestra vigorosa voz,
aquí escribí mis palabras
aquí volví a nacer,
y si mataran la esperanza
aquí moriré, no querré ya más,
Este es el principio.
II
Un grupo ha combatido ya en Junín,
por Túpac Amaru, por
nuestro pueblo y por los hombres,
y es en medio de su fe tan única
que es buscada por los ejércitos y perros,
y es odioso que los mande un comandante,
un vil terrateniente
pues no entienden que luchan
con hombres señores de sí mismos;
les piden que olviden las oscuras cárceles
y los baños de sangre, y los padres quebrados
al sol, y los descuartizados hace siglos.
De otra manera les habló Túpac Amaru:
Nuestra patria es hermosa, con sus cerros
que no terminan nunca,
nuestra patria es grande como las nubes
que no acaban de pasar. Si alguna vez morimos,
si caemos al pie de un gran monte
nos recogerán en frutos,
elevarán nuestras manos los trigales:
yo no he de morir, de mi pueblo soy
y a él he vuelto. Y para que si desde hace
siglos no me ven, me sientan,
os pregunto: ¿qué recuerdo tenemos
y qué vendrá después de todo? Confiad
en mí, hay pies para irse
y pies para no volver. Oídme,
he regresado, recorred como yo
los pueblos donde viven los muertos
de hambre, donde se horrorizan
las mismas bestias del arriero.
¡observad mis pasos de largas sombras
y la bandera con que llamé,
la trompeta con que uní! ¡Escuchad,
confiad, ya he muerto muchas veces
y otras muchas reviviré! Nuestra patria
es grande como un río que endulza
muchos mares; y la vida de los campos
y el tiempo de la libertad y la grandeza!
Avanzan cincuenta o más kilómetros, en la noche,
dentro de su piel, hacia
el amanecer, toda la noche, y habrán
de encontrar que está cerca, a pocas leguas
el definitivo día!
Hubo tantas muertes antes
y tantos ojos que lloraron y son ya milenarios
y cuya desolación nadie que la entendiera
podrá narrarla! 1965 y antes no hubo
un año sin matanzas; los voluntarios
son cada día más. En Illariq Chaska
unos hablan quechua, y los demás,
que no dejan de escucharlos y saber
de las antiguas armas y el idioma materno,
han venido de la costa del mar, hablando en oro
con la mirada horizontal! Juntos se arman
y ensayan una y otra vez. Pachacútec
hendió los cerros con su puño y las piedras lloraron.
Fue así que un camino abierto por el hombre,
coronó los cerros hasta el mar;
Sólo los más ancianos lo recuerdan, y refieren
que cogió al sol con las manos para que su luz durara
y desde entónces el maíz es dócil
y las aguas cantan. Aquellos hombres dejaron
sus huellas en la piedra y las aves los mencionan
en sus cantos. Ellos son cada día más.